Recuerdo a un niño de 10 años que vivía en una zona cordillerana y cada mañana debía viajar en bus a Rancagua para asistir a la escuela. El trayecto duraba entre 30 y 40 minutos, pero no era un simple recorrido. Su madre lo subía al bus con un rollo de papel higiénico en la mochila, porque el viaje siempre se interrumpía por fuertes dolores de estómago.
La calidad de vida y la estabilidad emocional de ese niño estaban en crisis. Me pidieron ayuda y comenzamos a trabajar con un conjunto de técnicas. Lo primero que quise entender fue: ¿Qué pensamientos invadían su mente? ¿Qué imaginaba durante el trayecto?
Tras recoger información, descubrimos que su problema no se limitaba al viaje en sí, sino que estaba profundamente ligado a su experiencia educativa. Cada mañana, desde que abría los ojos hasta llegar al colegio, su cerebro se ponía en “modo supervivencia”. Se imaginaba entrando a la sala y, con solo pensarlo, su cuerpo reaccionaba: las manos sudaban, el corazón se aceleraba, sentía un nudo en la garganta y la cabeza le daba vueltas.
Todos síntomas que anteceden a una crisis de pánico.
Pero, ¿por qué le sucedía esto?
La respuesta era clara: miedo.
¿Miedo a qué, si en la sala estaban sus compañeros y su grupo de amigos?
Aquí es donde es importante comprender algo fundamental: el ser humano necesita sentirse seguro para aprender. Esa seguridad se construye cuando el entorno genera confianza, permitiendo que el cerebro active las áreas del aprendizaje y despliegue talentos y habilidades.
En el caso de este niño, la sala de clases no representaba un espacio seguro, no por lo que ocurría en su actual curso, sino por experiencias dolorosas vividas en años anteriores.
El cuerpo guarda la memoria emocional.
Para protegerse, su cerebro había asociado la sala con una amenaza, desatando los síntomas de pánico cada vez que se acercaba al colegio.
Con técnicas específicas y el apoyo de su familia, logramos darle herramientas para enfrentar ese temor. Poco a poco, el viaje en bus dejó de ser una pesadilla. Ya podía ir a la escuela sin vergüenza ni miedo.
Los docentes pueden ser clave en este proceso.
Existen técnicas simples que, en solo 7 minutos, permiten iniciar la jornada o la clase ayudando a regular emociones como la rabia, el miedo y la tristeza.
Crear un ambiente de confianza no solo mejora el bienestar de los estudiantes, sino que también activa las zonas cerebrales responsables del aprendizaje.
Si te gustaría descubrir cómo estas simples técnicas pueden transformar el ambiente escolar y acompañar mejor a cada estudiante, estamos aquí para compartirlas contigo. ¡Conversemos!
Margarita Shipley R
Directora Sello Social
Margarita Shipley R
Directora Sello Social